“La intimidad” suena a un concepto tan lejano y abstracto que cuesta
creer que afecte a la mayoría de personas. Se puede pensar que es algo en lo
que meditarán especialmente los psicólogos, los filósofos… y en parte es verdad. Por
eso, en gran medida, me preocupa este tema, porque estudio Filosofía. Sin
embargo, mi relación con la intimidad comenzó mucho antes, más o menos el día
en que empecé a pensar. Ya cuando somos pequeños, nuestros padres nos dicen qué
se puede contar, qué no se debe decir, qué es personal... y de esta manera nos
enseñan el pudor.
Pero claro cuando era una niña yo respondía a todo eso, sí, pero
sin darle más importancia, lo hacía porque me decían que había que hacerlo. En
la adolescencia es cuando tuve mi gran encontronazo con la intimidad, gracias a
(o por culpa de) las redes sociales. Era genial poder saber qué habían hecho
mis amigos, pero de paso me podía enterar de la vida de muchas otras personas, ¡Y
sin que ellos se dieran cuenta! Y claro me puse a pensar y me di cuenta que era
una situación recíproca, ¡cualquiera podía enterarse de mi vida!
Fuente |
Elena Beltrán
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